Los Balcanes son sin duda un territorio difícil, tan espectacular como a veces terrible. Viajar por el paisaje abruptamente montañoso de Croacia, Bosnia o Serbia implica todavía hoy revivir la brutalidad de una invisible y milenaria frontera entre oriente y occidente, algo difícil de entender hoy dentro de Europa, y que comprendí mejor tras desempolvar su historia.
Un poco de historia de la antigua Yugoslavia
Lo que nos cuentan los libros es que un emperador romano, Teodosio, dividió en el año 395dc el exhausto imperio que gobernaba entre sus 2 hijos Arcadio y Honorio, trazando la división por el río Drina, en la actual frontera entre Bosnia y Serbia. Este hecho selló la primera partición de la región; dejando el Este dentro del imperio de oriente, de cultura griega y de (futura) religión ortodoxa, frente al oeste de influencia Latina, católico y obediente al papa romano. El fin de Bizancio fue el comienzo del dominio turco durante 400 años, que dejaron su huella en una parte de la población convertida al Islam.
Simplificadamente, ese es el origen de las diferentes comunidades que han vivido mezcladas hasta ahora; serbios (ortodoxos, alfabeto cirílico), croatas y eslovenos (católicos, alfabeto latino), y bosnios y albaneses (mayoritariamente musulmanes). Lo curioso es que no hay ninguna diferencia más entre todos ellos. Casi todos hablan el mismo idioma –serbocroata- y son de la misma etnia, eslavos. No en vano “Yugo” significa “sur” y Yugoeslavia -“eslavos del Sur”- fue un intento de reunir en un solo país a un territorio maltratado por las guerras, pero con un idioma y cultura común. A pesar de ello, esas diferencias religiosas han sido utilizadas históricamente en las luchas de poder durante siglos. La última guerra, que terminó en 1995 con la partición del país en 6 estados diferentes (y uno, Kosovo, pendiente de independencia todavía), con más de 200.000 muertos, limpiezas étnicas, violaciones y genocidios que nos espantaron a finales del siglo XX no parece muy diferente a las atrocidades cometidas por los imperios, reyes y señores medievales. Al final, los que hoy sufren por la perdida de padres o hermanos en estas recientes “guerras patrias de la independencia”, anteriormente perdieron a un abuelo en la II guerra mundial, y a un bisabuelo en la primera GM o en las anteriores guerras de los Balcanes contra los turcos. Siempre, todas ellas, fueron una guerra civil en esta zona, cada grupo o nacionalidad, apoyando bandos diferentes, y siempre dejando el mismo rastro de muerte, odio y rencor entre vecinos
Ya fuera de los libros, el relato que nos hizo una joven en Mostar nos habló de esto mismo. Su vida cotidiana de estudiante de ingeniería industrial cambió de repente una noche de 1993, cuando unos soldados se presentaron en su casa, se llevaron a su padre y a su hermano, y a ella y su madre las obligaron a cruzar a la otra orilla del Neretva con lo puesto. Durante 2 años su único oficio fue sobrevivir en la nueva “orilla musulmana”, atrapadas en un barrio sin salida, bajo las bombas que destruyeron el barrio antiguo y el símbolo de la ciudad; el puente de Suleiman el Magnifico, a pesar de estar declarados ambos patrimonio de la humanidad. En el año 2004 se terminaron las obras reconstrucción del viejo puente con fondos de la UNESCO, pero ella no ha vuelto a su antiguo barrio. El alma de la ciudad sigue todavía partida por el río, y los rastros de la guerra son visibles en los edificios quemados y en los altos índices de paro. Desde la colina que domina el lado croata, allí desde donde disparaban los cañones que hicieron pedazos la cultura mestiza y el patrimonio histórico de Mostar, está plantada una enorme cruz monumental, católica, desafiante, vergonzosa, como recordatoria de quien es ahora el más fuerte en este valle. La bestia esta hoy amarrada por el collar de los soldados internacionales.
La misma historia se repite en Sarajevo y en muchas zonas de Bosnia y Serbia, que tienen ese aspecto de posguerra deprimida mezclado con un leve, exótico y fascinante aire oriental; Los bosnios viven ahora en un país fragmentado, inviable, una especie de protectorado internacional que les protege de si mismos y de sus atávicos demonios. La Sarajevo que fue capital cultural de Yugoslavia podría tener como símbolos actuales su histórica biblioteca nacional en ruinas y las instalaciones de las olimpiadas de invierno del 84, convertida por la necesidad en un enorme cementerio para los 10.000 caídos durante el sitio que sufrió la ciudad entre el 1992 y 1995.
En Serbia percibimos la huella de la crisis económica, de una especie de estancamiento de la que fue la potencia dominante de la zona. En la católica Croacia tienen más suerte, las huellas de la guerra han sido ya borradas por los euros de miles de turistas alemanes e italianos que, como hemos hecho nosotros, invaden la costa de Dalmacia para disfrutar del sol y de su impresionante patrimonio histórico.
Por Eslovenia, en mayo de 2007, el Euro cohabitaba ya con el “Tolar” como moneda oficial. Este pequeño y bello país, del tamaño de Asturias, muy anclado en occidente por una larga tradición de pertenencia al imperio austrohungaro y sin apenas influjos de los turcos, ha sido el único que ha conseguido su ingreso en la UE hasta ahora.
Nuestro viaje por la antigua Yugoslavia
Cargados con la mochila, recorrimos fascinados estos 4 países durante 2 semanas.
En la gran estación de estilo “soviético” de Sarajevo apenas circulan media docena de trenes de gasoil semivacios, y nos hicieron el billete con papel de calco, no hay aún ordenadores. En la trepidante capital eslovena, las pantallas digitales anunciaban decenas de modernos trenes a todas partes, con Viena o Venecia al alcance en apenas 3 horas por ejemplo. Pudimos llevar con toda normalidad en uno de ellos nuestras bicicletas alquiladas para hacer una ruta en los Alpes Julianos, eso si, pagando civilizadamente un billete especial por ellas. Entre ambos extremos, una desquiciante noche en tren hasta Belgrado (Serbia) resume con tristeza lo absurdo de la partición del país; el ferrocarril serpentea por las montañas antaño comunes a todos, ahora, en los apenas 500 km. que la separan de Sarajevo, cruza 5 veces las nuevas fronteras entre Bosnia, Croacia y Serbia. Cada una de las veces subieron inútilmente al tren policías y oficiales de aduanas en 10 eternas horas de insomnio. En el tren solo viajábamos 5 personas.
Nos quedó para otra el resto de la región, más al sur, donde los conflictos aún están al rojo vivo en Kosovo y en la ex republica yugoslava de Macedonia. También Albania, Bulgaria, Rumania y Grecia. Nos hará falta otra vez, como siempre, un poco de espíritu aventurero que ayude a superar incomodidades e imprevistos, y algunos Euros, no demasiados. Por el mismo cucurucho de helado que nos costaba 1,50€ en Venecia pagamos 0,90€ en Ljubjana, 4 kunas en Dubrovnik (0,5€), y solo 40 dinares en Belgrado (0,25€).
Todo esto y mucho más son los Balcanes, una apasionante región que sigue en su mayor parte al margen del gran turismo, y sobre la que han escrito los corresponsales y periodistas más famosos desde Byron. En mi viaje, además de las habituales guías turísticas me acompañaron Robert Kaplan y sus “fantasmas balcánicos” y el “Territorio Comanche” de Pérez Reverte, que me ayudaron a entender un poco más.
Es, en definitiva, un viaje repleto de historias antiguas en los países más nuevos de la vieja Europa. Un lugar que, en mi opinión, no deberías perderte.
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